© del texto: Luis Miguel Ariza Victoria, 2018
© de esta edición: Arpa Editores, S. L.
Manila, 65 — 08034 Barcelona
www.arpaeditores.com
Primera edición: abril de 2018
ISBN: 978-84-16601-95-0
Diseño de cubierta: Enric Jardí
Ilustraciones: Mr. Zé
Maquetación: Àngel Daniel
Reservados todos los derechos.
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por ningún medio sin permiso del editor.
Luis Miguel Ariza
¡Vigilen los cielos!
La filosofía de la ciencia ficción
sumario
Introducción
Matrix. La realidad de la realidad
Star Wars. El resurgir de la fuerza o el imperio del irracionalismo galáctico
Star Trek o la utopía de la ciencia
Alien. El auge del imperialismo
Contact. El fin del securalismo (entre ciencia y religión)
Interstellar. El retorno del milenarismo científico (1)
Origen. La pesadilla inconclusa de Freud
Independence Day. La dramatización del consenso
Armagedón y Deep Impact. El retorno del milenarismo científico (2)
Encuentros en la tercera fase. New age como escapismo social
Blade Runner o el miedo a la deshumanización
Regreso al futuro. La regresión como cura
Terminator. El aborto cibernético
X-Men: Días del futuro pasado. La genética contra el antropocentrismo
12 Monos. La sociedad del riesgo culpable
2001: Una odisea del espacio. La inteligencia dirigida
El planeta de los simios. La evolución inversa
Gattaca o el totalitarismo científico
Avatar. El apogeo del ciberecologismo
E.T., el extraterrestre. El triunfo de la clase media
Bibliografía
Introducción
Bienvenidos a la ciencia ficción en la pantalla grande. La elección no podía haber sido más afortunada. Cuando os decantáis por una película de ciencia ficción a la hora de ir al cine, obtenéis mucho más que una buena ración de entretenimiento. Vuestras mentes reciben un soplo de aire fresco, vivificador. Y hay una razón poderosa. Las historias de ciencia ficción resultan a la postre mucho más interesantes que el terror y la fantasía, y además están entre las más solicitadas por la audiencia. Avatar y la Guerra de las galaxias copan los primeros puestos entre los filmes más taquilleros de la historia. Por no olvidar al pequeño E.T. de Steven Spielberg, que probablemente sea la película más rentable de la historia del cine. En las páginas que siguen vamos a desentrañar un poco de esa magia que hace estos relatos especiales y maravillosos, y al mismo tiempo volveremos a ver las veinte películas que componen este libro de una manera singularmente nueva. Leer y ver cine. ¿Puede haber algo mejor?
Pero vayamos por partes. Las películas de terror pueden ser muy impactantes, de acuerdo. Tienen el objetivo de asustarnos mediante asesinos reales o imaginarios, como los monstruos clásicos de la literatura Drácula o Frankenstein. Pero cuando salimos de la sala, los miedos quedan atrás. El terror funciona de una manera muy parecida a las historias de fantasía y magia. Al abandonar el cine, nos asalta la sensación de que ese mundo mágico se ha quedado en la pantalla y que estamos de nuevo en el aburrido mundo real. No parece probable que después de ver Pesadilla en Elm Street vayamos a soñar todas las noches con Freddie Krueger, aunque lo que sí es seguro es que tenemos la certeza de que un ser así no existe. Ocurre lo mismo después de extasiarnos con cualquiera de las maravillas de la saga fílmica de Harry Potter o las películas de superhéroes de la Marvel o DC Comics. No necesitamos convertirnos en detectives o investigadores para tener esa misma certeza de que tales seres pertenecen al mundo de la fábula, no al nuestro.
Sin embargo, con una buena película de ciencia ficción nos queda la sensación de que quizá, en el futuro, algo de lo ocurrido en la pantalla podría ser real. E incluso afectarnos.
Esta diferencia es sustancial. Una de las películas que más miedo me ha dado desde que voy al cine es Alien, el octavo pasajero. «En el espacio nadie puede oír tus gritos», rezaba el póster promocional, y sin embargo los gritos resonaban entre los espectadores. Lo que nos decía el anuncio es completamente cierto. En el vacío del espacio, el sonido no puede transmitirse. Pero lo más terrorífico de Alien es que la criatura, por muy monstruosa que nos parezca, no tiene nada de sobrenatural. Es un diseño biológico perfecto y letal. Comprendemos muy bien su ciclo, los parásitos en forma de cangrejo que salen de esos huevos enormes, y lo que hacen con las personas, usándolas como incubadoras. Su existencia se basa en las leyes de la biología que operan en la naturaleza, que ofrece todo un recital de crueles escenas que rivalizan con la propia película. Hay algo de cierto en esa historia que nos inquieta.
Miramos al cielo y sabemos que a cuatrocientos kilómetros de altura el hombre ha construido una estación espacial donde viven astronautas durante meses. Sabemos que en el futuro probablemente tendremos naves de carga que llevarán materiales desde la Tierra a la Luna y probablemente a Marte y otros mundos cercanos. Y que podríamos encontrarnos con formas de vida absolutamente desconocidas. Esa sensación de realidad es culpa exclusiva de la ciencia ficción. Nos han ido preparando el terreno las primeras novelas de H. G. Wells y Julio Verne y las películas que las elevaron a cultura popular, allá por la década de los cincuenta. El mensaje es el siguiente: olvídate de la fantasía. El progreso científico, que nos ha proporcionado el mayor periodo de bienestar en la historia de la especie humana —desde los tiempos en los que nos las arreglábamos con puntas de flecha de piedra para cazar animales mucho más grandes y poderosos que nosotros hasta iluminarnos con bombillas eléctricas, volar o acceder a la información de forma instantánea desde cualquier parte del mundo—, nos está diciendo que eso que sucede en la pantalla podría ser algún día posible.
Pero la ciencia ficción en el cine no solo tiene que ver con las predicciones sobre lo que podamos lograr o no en el futuro. Con la evolución de los efectos especiales, este género cinematográfico es capaz ahora de mostrarnos de una manera tan convincente y efectiva como ningún otro género de películas nuestros miedos y temores plasmados en sociedades distópicas y escenarios apocalípticos. Precisamente por eso salimos del cine con la sensación de que hemos visto al menos un trocito de ese futuro. Y descubrimos que esas historias, a la vez maravillosas y terribles, no se acaban cuando se encienden las luces. Como seres humanos, tendremos la posibilidad de explorar y sentir un pedazo de ellas. ¿Volarán nuestros hijos a Marte? ¿Hablaremos con los robots? ¿Podremos viajar en el tiempo algún día?
Las buenas películas de ciencia ficción tienen tanto éxito y aceptación entre la audiencia porque nos convencen. Por muy futurista o fantasiosa que sea la historia, si es buena ciencia ficción contiene un elemento de credibilidad que le otorga una irresistible sensación de verosimilitud. Pero dejadme añadir algo más. El libro que tenéis en vuestras manos no es una obra académica ni histórica, aunque para aquellos que quieran profundizar un poco más se propone una bibliografía al final de la obra. Tampoco es un libro sobre críticas cinematográficas, aunque en algunos casos nos asomemos por curiosidad a ver cómo metieron la pata los críticos sesudos. Mis editores me lo dejaron muy claro desde el principio, y acepté el reto gustoso. Mi intención es abrir una ventana al gran público para leer y comprender mejor lo que significan estas películas. ¿Qué tipo de sociedad se refleja en Matrix? ¿Cómo funciona la humanidad en Interstellar? ¿Cuáles son las ansiedades sociales y la ideología política que se exponen en Terminator? En definitiva, lo que estas películas cuentan sobre nosotros mismos, nuestras ideas, nuestra ideología, nuestra forma de pensar, nuestras modas y nuestras actitudes ante los prodigios y los peligros que traen los desarrollos científicos y tecnológicos en los tiempos en los que fueron planeadas, filmadas y estrenadas en las salas.
Este libro no es un tratado de filosofía, sino una manera de divertirse acerca de lo que expresan estas maravillosas narraciones visuales, más allá del mero entretenimiento. Aquí y ahora me apunto a lo que ya dijo Isaac Asimov: «Cuando Aristóteles falla, inténtalo con la ciencia ficción».
Matrix
La realidad de la realidad
El señor Anderson es un informático que descubre que vive en Matrix, un mundo simulado por las máquinas. Su destino será salvar de la desaparición definitiva lo que queda de la humanidad, para lo que deberá enfrentarse a la realidad de la realidad, aprendiendo a saltar entre lo simulado y el verdadero mundo que trata de preservar.
Hay películas que, como Matrix (1999), parecen bendecidas desde el minuto cero por la audiencia. Tenemos que dar cifras en el comienzo de nuestro viaje. ¡Los números son importantes! Pero tampoco abusaremos, es mi promesa. Al contrario de lo que sucedió con Blade Runner —ya veremos las calabazas que le propinaron al filme de Scott el público y la crítica—, Matrix empezó como un tiro: recaudó más de 463 millones de dólares de un presupuesto inicial de 63 millones. La segunda parte, Matrix Reloaded, arañó en todo el mundo más de 742 millones. La tercera parte, estrenada unos meses después como mera continuación, funcionó peor, con poco más de 427 millones de dólares. Cifras y cifras, pero insisto para demostrar que Matrix y sus criaturas funcionaron como una gigantesca caja de recaudación, una máquina que no dejó de hacer dinero mientras estuvo en pantalla. Las tres películas constituyen una de las sagas comercialmente más exitosas dentro de la CF fílmica, con un total acumulado, sin contar la inflación, de 1.633 millones de dólares en todo el mundo. Vaya, no está nada mal, ¿no os parece?
En este caso, los críticos cinematográficos lanzaron sus zarpas nada más estrenarse y metieron la pata (otra vez) hasta el fondo. Cuando estas cosas suceden, me froto las manos. Las meteduras de pata fueron bastante gordas, como las de Tom McCarthy, prestigioso crítico de la afamada revista Variety. «En efectos especiales, un diez. En guion, un cero (la cursiva es mía) para Matrix, un espectáculo alucinante pero una incoherente extravagancia de artes marciales sobrehumanas. Una visualización muy atractiva que ofrece algo nuevo al léxico de la ciencia ficción de acción, y que hará de este film un thriller excitante para los aficionados al género, especialmente adolescentes y veinteañeros, para quienes el guion pretencioso, un galimatías de mitología de segunda categoría acompañada de un misticismo religioso y jerga técnica, supone más una ventaja que una responsabilidad dramática». En otras palabras más simples: una película que estaba destinada a una generación de «colgados» extravagantes, adictos a los ordenadores y a los videojuegos, consumidores de unas cuantas drogas psicodélicas. En definitiva, una tribu aparte, sin contacto con la realidad.
Pero mirad a nuestro alrededor. Los «colgados» (y lo digo en el mejor sentido de la palabra) estamos por todas partes. Todos somos adolescentes y veinteañeros. Los libros han sido sustituidos por móviles y la mayoría del mundo libre anda alucinado, atando sus ojos a unas pantallitas de colores y los oídos pegados a los cascos, aislados del resto (a mí me ocurre también, estoy casi todo el día con el móvil, pero tengo que confesar que aún siento reverencia por los libros en papel y que a veces, como puro experimento, me dedico a observar en la calle a la gente para comprobar que todo el mundo sigue en la luna).
Para la mayoría de los jóvenes, y no tan jóvenes, enganchados a las redes sociales y con una vida virtual muy desarrollada, el gran McCarthy se ha dado un buen resbalón. ¿No es así? Los críticos se pasan de listos a menudo. No suelen pensar que las películas como Matrix están aventurando cosas. Estoy seguro de que si se hubiera estrenado Matrix ahora, en 2018, con su carga de novedad y originalidad intacta, habría sido un bombazo taquillero todavía mayor de lo que fue. Pero el gran público de 1999 captó de lleno el mensaje.
Matrix comienza con la historia de Anderson (Keanu Reeves), un programador de una importante empresa de software y, en su tiempo libre, pirata informático. Anderson recibe un extraño mensaje en su ordenador que le despierta extrañas sensaciones que parecen recuerdos de un sueño que no puede descifrar. Un misterio rodea una expresión, «Matrix», que le atrae lo suficiente como para seguir las indicaciones del extraño personaje que está detrás de los mensajes, y otro nombre, Morfeo (Lawrence Fishburne), que le es familiar, pero no sabe el porqué. En su lugar de trabajo, Anderson recibe por correo exprés un teléfono móvil, y al cogerlo descubre que Morfeo está al otro lado de la línea. Morfeo le advierte que van a detenerle. Sabe todo lo que le va a pasar con una exactitud asombrosa.
¿Cómo explicar ese poder de predicción? Anderson evita a sus perseguidores, pero al final se ve obligado a tomar una decisión: saltar sobre un andamio para escapar de ellos o dejar que le detengan. Opta por lo segundo. Una vez en la sala de interrogatorios, un grupo de agentes en traje y gafas negras —un calco de los agentes del FBI— le interroga sobre Morfeo. Le explican que es un peligroso terrorista y exigen su colaboración a cambio de limpiar su historial delictivo como pirata informático. Al negarse, el agente Smith le introduce por el ombligo algo escalofriante y nunca visto en su mundo: una máquina viva. Y Anderson pierde el conocimiento.
A partir de aquí, Anderson es rescatado por un grupo de rebeldes que le extirpan el parásito y le conducen hasta Morfeo. El terrorista le ofrece una elección: tomar una pastilla para olvidarse de todo y volver a su vida anterior o ingerir otra que le conducirá a la verdad que Anderson ansía saber. En esta nueva elección, Anderson se despierta en un lugar de pesadilla: dentro de una especie de capullo líquido, infiltrado por cables y respirando ese mismo líquido. Presa del pánico, Anderson logra quitarse los cables y descubre que una aterradora máquina con tentáculos metálicos flota delante de él. La máquina termina por destruir la estructura, como si quisiera librarse de un desperdicio, y Anderson va a parar a un colector. Allí es rescatado por los hombres de Morfeo y sometido a un proceso de regeneración de las heridas. Tras ese tiempo de recuperación, Morfeo le explica que se encuentra dentro de una nave, en el mundo real. Anderson no le da crédito y piensa que se trata de un sueño, pero Morfeo insiste: el sueño es la realidad, y lo que pensaba que era real consiste en realidad en un sueño. Para demostrárselo, Morfeo le pide que se conecte a una máquina con el enchufe que tiene instalado en la nuca.
Anderson se encuentra en un espacio virtual con Morfeo. Está dentro de la matriz (Matrix). ¿Y qué es la matriz? Una gigantesca mentira simulada, un mundo programado en cada detalle para mantener a los seres humanos en una especie de limbo, haciéndoles creer que viven su existencia rutinaria. «Matrix nos rodea. Está por todas partes». Matrix es «el mundo que ha sido puesto ante tus ojos para ocultarte la verdad». «¿Qué verdad?», pregunta Anderson. «Que eres un esclavo, Neo. Que naciste en una prisión que no puedes oler, saborear ni tocar. Una prisión para tu mente».
Este diálogo completa el giro narrativo. Morfeo intenta convencer a Anderson —al que llama Neo— de que lo que ve no es real. Y acude a la comparativa de los sueños. «¿Alguna vez has tenido un sueño, Neo, que pareciera muy real? ¿Qué harías si no pudieras despertar de ese sueño y no pudieras diferenciar el mundo de los sueños de la realidad?» Y plantea otro tipo de cuestiones: «¿Qué es real? ¿De qué modo definirías real? Si te refieres a lo que puedes sentir, oler o ver, real son las señales eléctricas interpretadas por tu cerebro»1. La conclusión de Morfeo es diáfana: «Has estado viviendo en un mundo imaginario, Neo».
Finalmente, Morfeo traza la línea entre lo real y lo imaginario en la narrativa de la película. Explica que en un momento determinado, a principios del siglo XXI, toda la humanidad estaba maravillada ante el origen de las Inteligencias Artificiales (IA), que no son otra cosa que una singular consciencia que creó toda una raza de máquinas. Traza la evolución de las máquinas y de los seres humanos basada en una relación de interdependencia, hasta que ambos mundos entran en guerra. Las IA dependían de la energía solar, pero comenzaron a someter a los humanos para utilizarlos como fuentes de energía. «El cuerpo humano posee la energía de una pila de 120 voltios y más de 23.000 julios de calor corporal»2. Por esa razón las IA han sometido a la mayor parte de la humanidad y han creado inmensos campos donde se cultiva a los humanos. Como consecuencia, Matrix, concluye Morfeo, significa control: «Matrix es un mundo imaginario creado por ordenador, construido para mantenernos bajo control y convertir al ser humano en esto». Y en ese momento enseña una pila a Neo.
Tengo que confesar que cuando vi Matrix por primera vez, las primeras escenas no me llamaron particularmente la atención, hasta que llegó la revelación de Morfeo y todo cobró sentido. Pocas veces un giro argumental resulta tan refrescante y sorprendente cuando nos descubre que se nos utiliza como pilas humanas. De golpe comprendes el engaño y entonces repasas toda esta introducción cinematográfica y descubres los detalles que nos ayudarán a comprender mucho mejor Matrix.
Para empezar, es la historia de una abducción. El estado, las compañías, los individuos, la sociedad, todo ha sido completamente abducido y copiado, al igual que las reglas y los comportamientos. Los individuos que vemos en Matrix son una proyección de sí mismos en este mundo virtual donde todo está programado. El viento, las aves, el sol, los coches, los edificios, la comida, los olores, los vestidos, las conversaciones...todo cuanto percibimos es el resultado de millones de programas individuales que se han escrito para crear estos efectos. Es una simulación asombrosamente real. Es la realidad de la realidad. Aunque podríamos hablar de «totalitarismo cibernético virtual», en contraposición al totalitarismo cibernético «real» que sugieren películas hechas quince años atrás, como Terminator (a la que ya llegaremos).
Este totalitarismo virtual está suavizado por la ilusión de realidad que proyecta. Los policías se comportan como policías. No podemos estar seguros de si cada persona que vive en Matrix es una proyección virtual de un prisionero que en el mundo real se encuentra en estado comatoso, sumergido en el líquido, pero cuyos sentidos están estimulados al máximo en el mundo simulado; o si por el contrario esa persona en particular es un programa que imita la forma de un humano.
La verdad es que la idea resulta espantosa, pero ¿quién está allí para imaginársela? El adversario de Neo es un agente virtual, un programa que no tiene equivalente humano: el agente Smith (Hugo Weaving). En el film descubrimos que estos agentes virtuales son capaces de entrar en las personas de Matrix para ocupar su lugar y destruirlas. Esas personas, en realidad prisioneros mantenidos con vida, son asesinados, sacrificados. Lo que sucede en Matrix tiene su equivalencia en el mundo real, incluido el dolor, las heridas y la muerte. Y si alguien desconecta el cable que le une a la matriz, también muere en la realidad. La manera de introducirse en este mundo virtual es mediante una entrada que busca el programador, normalmente la ubicación de una cabina telefónica a la que se puede llamar.
El grado de realismo de esta simulación es tan asombroso que Cifra (Joe Pantoliano), uno de los componentes de Morfeo, decide traicionarle al negociar con Smith su vuelta a la matriz original. La escena es muy buena. «Sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo meto en la boca está diciendo a mi cerebro que es bueno y jugoso. Después de nueve años, ¿sabes de qué me doy cuenta? La ignorancia es la libertad».
La perfección de la simulación se debe a que las máquinas han sustituido a los programadores humanos. La ironía es que la idea de una vida sumergida en un caldo de cultivo resulta tan insoportable que nuestros poseedores tienen que encontrar una forma ingeniosa para engañarnos y mantenernos felices mientras nos utilizan como baterías humanas. Las máquinas sustituyen el papel de los alienígenas invasores y crean una realidad alternativa, un mundo rico en sensaciones, en el que el cerebro humano percibe, huele y toca algo que cree real, pero que es falso. Solo programación. El conocimiento del mundo verdadero resultaría insoportable y por ello es apartado de nuestras memorias. La distopía de Matrix desemboca en la simulación de la civilización humana, el paso siguiente tras la adquisición de la consciencia de las inteligencias artificiales. El hombre ha dependido de las máquinas en una parte muy significativa de la historia, y ahora que las máquinas adquieren consciencia y capacidad de supervivencia, necesitan de los hombres para mantener su propia existencia. La relación, pues, se ha invertido3.
Esa perfección, sin embargo, no está libre de errores y anomalías. Los fallos en la programación tienen que ver curiosamente con el deja vu, esa sensación familiar de haber experimentado un determinado acontecimiento ya en el pasado. Si contemplamos, como hace Neo, un gato que pasa ante una puerta dos veces, significa que algo ha ocurrido en la matriz, una alteración que se interpreta como advertencia.
Desde el punto de vista técnico, la complejidad de una programación así produce errores y un cierto grado de libre albedrío. Hay programas que cobran vida propia y que evitan ser detectados y borrados. Representan algunos de los diversos personajes que intervienen en la película y las dos secuelas posteriores. El Oráculo es una cocinera de color que tuesta sus galletas y que exhibe una capacidad de anticipación y clarividencia; el cerrajero es un fabricante de llaves cuyos códigos individuales permiten crear entradas a cualquier lugar de la matriz; Merovingio es un magnate que mantiene prisionero al cerrajero, y el Arquitecto es el creador de la matriz. Esta humanización de programas tiene su contrapartida en Neo, que es un humano real, conocido como el Elegido debido a los poderes que irá desarrollando para dominar los acontecimientos que suceden en la simulación. En cierta manera, la existencia de Neo es una predicción que se deriva de la lógica del libre albedrío. El control sobre todos los seres humanos no es posible, y muy de vez en cuando surgen personas excepcionales que pueden alterar el equilibrio de poder en la matriz. Neo es una de ellas.
Desde el punto de vista ideológico y político, ¿qué podemos decir de Matrix? Su mensaje es claramente anticientífico, y eso nos da una pista para descubrir su color político, ya que resulta una película muy conservadora en sus esquemas narrativos. Es uno de los filmes que más valoran la acción del individuo sobre el resto, y sin duda una de las más radicales películas de ciencia ficción en la que el estado se ha convertido en un enemigo mortal al que hay que destruir. Tenemos aquí a una sociedad dormida y dominada, a un grupo de rebeldes que sobrevive con dificultades en una ciudad subterránea, Sion, y a una sola persona, Neo, en la que se depositan todas las esperanzas para derrotar a las máquinas y derribar la simulación que ha hipnotizado a una humanidad esclavizada. Si viajáramos a los años cincuenta y sesenta, os lo aseguro, para enseñar la película a los ciudadanos norteamericanos que tienen un coche en el garaje, con electrodomésticos y una esposa complaciente que deja enfriar tartas de manzana en el alféizar de la ventana, identificarían rápidamente la simulación de Matrix con un mundo comunista en el que todos viven engañados y son explotados, como consecuencia de un estado que alcanza su máxima expresión, aunque sea un estado simulado.
Neo es el héroe; representa el personalismo cinematográfico en su máxima expresión. Comienza su vida en la película como una pieza más del sistema, pero en realidad no es una pieza más. En su doble vida, interpreta a un pirata informático, una profesión que consiste fundamentalmente en atacar al sistema y ponerlo a prueba, en debilitar las estructuras de internet y con ello mostrar su profunda desaprobación por las reglas y la jerarquía. Un pirata informático es esencialmente un individuo versus el estado, es decir, un liberal nato, aunque parezca un poco chocante. ¿Son los hackers los nuevos caballeros liberales de la sociedad del siglo XXI? Puede verse de esta forma. Los hackers se oponen a las reglas y al estado, y en definitiva van contra el sistema y todo lo establecido. Hay una nota conservadora que no deja dudas (con acento liberal e individualista) frente a los que postulan que el estado debe crecer y crecer para proporcionar bienestar a todos4.
El jefe de Neo le reprende por llegar tarde al trabajo y le explica el modelo de sociedad que hay que seguir: «Cada elemento forma parte de un todo. Si un empleado tiene un problema, la empresa tiene un problema». Esencialmente, se trata de un sistema marxista. Cuando el agente Smith ofrece a Neo una salida negociada a su detención si colabora para atrapar a un terrorista, Neo se niega y le hace una peineta. Es parte de su carácter disconforme contra este sistema en el que el individuo está supeditado al estado, convertido en su sirviente sumiso. Matrix representa el grado máximo de tecnificación del sistema totalitario descrito por Orwell. Las IA han logrado que no tengamos memoria ni recuerdos, los han sustituido por el engaño y la manipulación.
A lo largo de las dos secuelas, la figura e influencia de Neo va adquiriendo un creciente carácter místico que lo convierte en un líder religioso, y eso acentúa más su perfil liberal mesiánico, con tonos conservadores. Es capaz de ver lo que nadie puede ver. Incluso cuando se queda ciego, tiene una percepción física de las figuras de Matrix como formas matriciales informáticas que brillan y revelan su auténtica naturaleza. El cerebro de Neo capta escenas dignas, en otro contexto histórico, de la fiel representación visual de los milagros, con seres y figuras refulgentes. Quizá parezca precipitado asociar a Neo con Jesucristo, pese a que en el momento final de Matrix Revolutions el pueblo jalea su hazaña de una forma que recuerda a la reverencia del pueblo hacia Moisés5. El pueblo grita: «¡Nos ha salvado!», «¡Lo ha conseguido!», «¡No puedo creerlo!».
Más que la dolorosa y gradual pérdida de la propia libertad, Matrix propone un juego engañoso acerca de la verdad y su inaccesibilidad para el ser humano. La sociedad, el estado, el gobierno, las reglas, no son más que una farsa. La sustitución de una sociedad por otra se ha completado y ya no hay vuelta atrás. Toda la esperanza gira en torno a un único individuo entre millones. Tiene que ser especial, único. El consenso del resto es insuficiente para conjurar la amenaza de las máquinas. Sin la aparición de ese individuo, Neo el Elegido, la humanidad, que sobrevive en la ciudad subterránea llamada Sion, estaría destinada a desaparecer.